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  • Foto del escritorDra Matilde García Gordón

Imperfecto Pretérito

Actualizado: 4 ago 2022

Eran las once de la mañana de un dieciséis de Marzo. La señora María se disponía a dar su habitual paseo matutino. Quedaba con su amiga Liber, y después de recorrer la Avenida de la Constitución, paraban en el Bar Agustín. Un Martini con gaseosa, y aquellas patatinas, pimentón y ajo, constituían uno de los mayores placeres de su ya larga existencia. Uhmm!.


-¿A dónde vas?- Pepe, su marido, la miraba con incredulidad.

-¿ A dónde voy a ir? - Sonreía anta la broma de Pepe, que ya sabía que estaba en su Tiempo Comadre -Nombre acordado por las dos amigas- y, por tanto, no había ninguna posibilidad de que la acompañara.


La cogió del brazo y la llevó al salón. El Smart TV, regalo de la última Navidad, mostraba un señor en pantalla, cincuenta y cinco pulgadas, que , con el entrecejo fruncido, las cejas arqueadas, los párpados ligeramente cerrados, como si intentara focalizar directamente en ellos, y un tono de voz aplanado, anunciaba:


“El Gobierno decreta El Estado de Alarma, para todo el territorio nacional, con la finalidad de contener la propagación de infecciones causadas por el SARSCoV-2. No pueden salir a la calle, excepto para ir a la farmacia o a comprar alimentos. Si son mayores, y tu, María, lo eres -Se dirigió, específicamente a ella, como si hubiera adivinado sus intenciones- llamen al 025, hagan su pedido y un auxiliar se lo hará llegar en quince minutos. ¡No se preocupen!. Vivimos una pandemia pero las medidas que estamos adoptando garantizan que, todos juntos, la vamos a superar.

La violación de esta norma será castigada, con multas que irán desde 600 euros -La pensión de un mes- a 6000 euros -La pensión de diez meses-“


La señora María, abrigo puesto, con los zapatos cámara de aire que se había comprado en la ortopedia para caminar ligero, y el paraguas verde, que siempre llevaba como emblema de su origen gallego, aunque en Ribaseca rara vez llovía, no podía creer lo que el señor Smart TV ordenaba.


- ¿Quién es ese señor para decirme a mi, a mis 84 años, lo que tengo que hacer? - Se desplomó en el sofá. Los pequeños músculos de su rostro cayeron, simultáneamente, hasta la barbilla, incidiendo sobre las comisuras de los labios para dibujar una u invertida. Sus ojos, mirando hacia ningún lado, hundidos en esas enormes cuencas , enmarcados por la posición oblicua de las cejas, se tornaron opacos. Afloraron las lágrimas, mientras su respiración empezaba a entrecortarse.

- ¡El presidente, María ¡¡El que manda! -Pepe emulaba los gestos del sujeto de la pantalla- Lo hace por nuestra salud. Nosotros, abuelos , somos un grupo con alto riesgo de contagio.


¡Yo no puedo vivir sin salir! – Movía la cabeza de un lado a otro, subrayando sus palabras con un evidente gesto de negación, mientras recordaba al psicólogo que, en la clase de la Universidad de la Experiencia, les había resaltado, varias veces, que el aislamiento es el mayor enemigo de la salud mental. Todos los esfuerzos, realizados durante un año para controlar sus tendencias depresivas, a través del ejercicio físico a lo largo de las avenidas, y la actividad social, saltaban por los aires .


- No hay nadie en la calle. Está todo cerrado, todo vacío. La ventana mostraba un paisaje desolador, silencioso , mortecino ¿Quieres que te prepare un vermouth, de esos que te encantan?


María quería aire. Nada más. Se fue al dormitorio, se quitó el foulard verde, a juego con su paraguas, el abrigo, los zapatos y se metió, con el pantalón y el jersey puestos, en la cama. Entre suspiros y llantos, se cubrió hasta la cabeza con el blanco y acogedor edredón.


A Pepe se le ocurrió, entonces, cocinar una sopa de marisco. Entretanto, decidió informarse a través de Noticias, su programa de radio. Varios periodistas comentaban los sucesos. Sentía la necesidad de dar un abrazo a su esposa . No se atrevía. Le preparó, con el mismo amor, su comida favorita. Sabía que, cuando María se ponía así, vendrían momentos tristes, muy tristes, en los que él intentaría cambiar esa actitud, casi siempre, sin éxito.


Pasadas tres horas, Pepe se acercó al dormitorio.

- Vamos cariño, levántate a comer -Concentró toda la ternura de la que era capaz para invitarla al comedor, pero no consiguió que saliera de aquella oscuridad en la que se había sumergido. Ni una palabra -. Vuelvo dentro de un rato.


Mientras paseaba, agitado, de un lado a otro de la vivienda, pensó que tal vez su única hija, Cris, pudiera hacer algo. Marcó su número y le transmitió, punto por punto, la extraña reacción de su madre, pidiéndole, por favor, que le ayudara.

- Mamá ¿Qué pasa?.

- ¡Ay Cris! ¡Eso quisiera saber yo ¡ ¿Estáis bien? -María hablaba con un hilo de voz- La gente se está muriendo. No podemos salir de casa. Me duele todo el cuerpo. No puedo comer nada .Tengo una angustia…No podré ver a mi nieto, y , tampoco a vosotros. No sabemos cuánto tiempo vamos a estar confinados.

- Tranquila, mamá. Esto pasará! Son sólo unos días. Después, nos veremos y todo volverá a ser igual . ¡Hablaremos mañana y tarde por móvil! Ya te diré como hacer una videollamada , aunque , de momento, no voy a poder llevarte al niño. Puede ser arriesgado para vosotros.

- ¿Más arriesgado que quedarnos en casa, como si estuviéramos encarcelados? . Siento una pena. Con lo bien que estaba esta temporada.

- Y volverás a estarlo! -Cris no sabía muy bien que hacer para animarla- Come un poquito. Papá está muy preocupado y nosotros también. Tienes que cuidarte. El niño te necesita. ¿Me prometes que vas a tomar algo de sopa?.

- ¡Mi cielo! Comeré algo, pero sólo porque él se lo merece todo. – Su voz era más clara, aunque mantuviese aún trazas de angustia.

- ¡Pepe! ¿Me calientas un poco de sopa?-Animada por la conversación con su hija, se aventuró a tragar algo, a pesar del nudo que tenía en la garganta.


Pepe preparó la bandeja y la dejó sobre la mesita de noche, mientras incorporaba despacio a su esposa, poniéndole debajo de la espalda un esponjoso cojín para que estuviera cómoda. Después, cogió una cuchara de aquel manjar y se la acercó a la boca.


-Pepe, tengo miedo. ¿Qué vamos a hacer? -Murmuraba mientras ingería lentamente la sopa.

-¡No te preocupes, María! El virus no va a entrar en esta casa. ¡De eso me encargo yo! – Alzó la voz, en tono amenazante, como si el bichito le estuviese escuchando, y eso bastara para ahuyentarle.

- No, Pepe, no. Lo que me produce auténtica inquietud es pensar que ahí, afuera, habita la Covid, y, aquí, adentro, reside la Depresión.



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