Es frecuente que cuando se terminan las vacaciones o su fin está próximo nos invada la sensación de que no hemos "hecho casi nada". Hasta ahí puede llegar atraparnos la trampa adquirida mediante el aprendizaje social de que debemos ser productivos en todo momento ¡Incluso en vacaciones!
Nada más comenzar nuestro período vacacional podríamos sentir que directamente se activase una cuenta atrás de lo poco que nos queda para volver al trabajo. Con ganas de disfrutar de las vacaciones, pero a la vez con unas expectativas demasiado altas para lo que son solo unos días al año, puesto que esto no tiene que ver con que te guste o no tu trabajo, sino con la disponibilidad de tiempo más allá de tu trabajo.
Miras en redes sociales, en la televisión, en cualquier sitio... "Todo el mundo" hace tantas cosas, que la presión incluso aumenta. Conque finalmente, algo tan agradable como son las vacaciones puede llegar a convertirse en algo desagradable y generador de estrés desadaptativo, incapacitante e incompatible con el óptimo disfrute y bienestar.
Pensar que solo tenemos la capacidad de "hacer cosas" en vacaciones, durante el fin de semana o en días libres, es una falacia tramposa cuya trampa no es hacia los demás sino hacia nosotros mismos ya que esto puede llevarnos a una indefensión aprendida. Nadie cuestiona que es más fácil en estas situaciones ya que disponemos de más tiempo y energía y que esto son generalizaciones y cada persona tiene sus propias circunstancias más o menos difíciles, pero a veces tendemos demasiado a esperar el momento idóneo para hacer aquello que podríamos hacer ya, en este preciso instante.
La cuestión final es esta: Las vacaciones son solo unos días al año, y relegar lo que nos hace felices a solo unos días al año no parece ser algo alentador ni recomendable, así que merece la pena reflexionar, aunque no sea lo mismo, qué podemos hacer para vivir cada día y no solo unos pocos.